jueves, 30 de julio de 2009

invirtuoso este pobre diablo, corazón


Cuando el sol se esconde,
y la luna no sale,
La oscuridad nos acoge,
y nos abraza la soledad.
Un sentimiento te envenena,
un musculo ya no late,
la sangre grita,
y se precipita en tu corazón,
se va pudriendo poco a poco,
y la luz de la luna no acaricia.
Comprendo al fin que,
si en este mar de lagrimas,
en este oceano de locura,
no estas tú para escucharme,
me ahogaré en la amargura.

sábado, 11 de julio de 2009

capitulo 2

Capítulo 2

Lea estaba leyendo un libro en la mecedora del salón. De vez en cuando miraba por la ventana, podía ver el mar romper contra las rocas. Un movimiento acompasado, subía el nivel con una ola, y bajaba cuando recogía para formar una nueva ola. El día era soleado, pero el viento azotaba los arboles contra las ventanas. El aburrimiento llegaba a hipnotizar. Pero alguien perturbó su concentración, alguien, llamó al timbre. Entonces Lea se acercó a abrir la puerta, miró por la mirilla; era un chico de su edad alto guapo, de ojos marrones, y pelo oscuro, doblaba la boca en una media sonrisa, tenía las manos metidas en los bolsillos, forzando una postura casual, pero se notaba que estaba un poco nervioso. Entonces Lea abrió.
–Hola, tú e... –es lo único que le dio tiempo a decir antes de que Alison, quien había aparecido de la nada lo cortase, sus pupilas se dilataron, y desvió la mirada avergonzado.
–Hola Tomas, no te esperaba, -Alison cerró la puerta tras de sí– creía que vendría Albert. –Alison esperaba una respuesta, y puso cara de interrogante.
–Mi padre, está en el coche, pero, prefería que fuera yo quien se dirigiera hacia ti –Explico Tomas. Alison pensó unos segundos y asintió, del resto de la conversación ya no se enteró, se alejaron caminando unos pasos de la casa.
Lea se quedó pensativa, y cuando Alison volvió entonces apareció Arthur, bostezando, se acababa de levantar de la siesta.
– ¿Quién era? –dijo mientras se rascaba la cabeza, dirigiéndose a Lea.
– ¿Me dices a mí?, no lo sé, era un chico, que quería hablar con Alison. –entonces Lea dirigió su mirada a Alison.
–Nada, el hijo de un viejo amigo –respondió Alison.
–Y qué quería –dijo Arthur.
–Me manda saludos de su parte.
–Ohm, y ¿ya está?, ¿viene su hijo a decirte, saludos de parte de mi padre y se va?... ¿no te parece un poco extraño?
–Sí, bueno no, él es así conmigo –Arthur la miro con incomprensión, entonces Alison añadió para terminar de convencerlo– vieja confianza supongo, aquí somos así.
–Sí, bueno, supongo –respondió Arthur.

Lea, cada día miraba con mas recelo a Alison, pero siempre aparentando indiferencia hacia su persona. Procuraban ambas no permanecer la una en la presencia de la otra, y así Lea se fue aislando cada vez más de todos. Atendía sus obligaciones de asistencia al instituto. En clase, se sentaba al frente como una buena alumna, y aunque parecía que miraba al frente, y prestaba atención a las explicaciones de los profesores, a quienes les era indistinto, perdía la mirada observando por la ventana. No soñando despierta, sino que permanecía inerte sin pensar en nada, observaba los arboles, las hojas, hasta el punto de considerar fascinante, cómo un caracol trepaba por una rama, y lentamente, se desplazaba por ella, hasta llegar a las hojas y comenzaba a alimentarse. O el trabajo en equipo de las hormigas obreras, cada día juntaban alimento para garantizar la supervivencia de la colonia. Eso no existía en la vida real, el trabajo en equipo, pensar en grupo, nunca se ha dado el caso de hormigas rebeldes, renegadas de sus hermanas que prefieren una vida solitaria y egoísta. Pero no importaba si se distraía o se dejaba de distraer, a que le prestase atención, a los profesores les era displicente, cuanto menos se vieran obligados a hablarle, mejor. Ese sentimiento de rechazo que experimentaba cada día la fue llevando por el camino de la soledad. No hablaba con nadie, ya pasaba de todas las personas, con total mutismo observa a Alison dominar a su padre, a Arthur, en el tiempo que pasaba en casa si no estaba trabajando temporalmente como encargado en la ferretería del pueblo, cuando llegaba a casa, solo recibía directivas a las que se había resignado a acatar. El resto del día lo dedicaba a sentarse en la mecedora con un libro, y de vez en cuando, se sorprendía contemplando el horizonte. Perdió la noción del tiempo, la palabra aburrimiento carecía de significado para ella, estaba en una especie de trance. Apenas comía, y se estaba quedando en los huesos, a veces también solía acudir a las rocas del acantilado, y observar el mar romper contra los salientes. Hasta que un día tras un mes aproximadamente.
Lea se dirigía tranquilamente a comprar el pan, como hacía cada mañana, una de las obligaciones que le tocaban en el reparto. Se disponía a entrar en el supermercado del pueblo, cuando alguien se dirigió a ella.
–Oye, perdona, ¿Cómo te llamas?
Lea no sabía que responder, se quedo tan sorprendida al comprobar que se dirigían a ella.
–Sí, chica te estoy hablando a ti, ¿cuál es tu nombre?
Lea respondió automáticamente, pero la voz le Salió ronca después de tanto tiempo sin hablar.
–Lea –repitió después de aclararse la voz, ya no recordaba como sonaban las palabras al salir de su boca, y le produjo una sensación extraña de añoranza. Nunca había sido muy habladora, pero estaba contenta de volver a pronunciar su nombre. Pero el hombre cortó sus cavilaciones. Tenía el pelo canoso, la voz un poco ronca e iba en silla de ruedas.
–Lea guapa, ¿harías el favor de ayudar a un pobre viejo como yo a llevar las bolsas a casa? Como veras tengo algunos impedimentos.
Lea lo miró con desconfianza y recelo, era de las pocas personas de este pueblo que se había dignado a dirigirle la palabra, y la primera en mucho tiempo, qué era eso, ¿amabilidad? No estaba segura y no sabía cómo reaccionar. Reflexiono unos segundos, pero termino ganando su ansia por volver a tener contacto con otras personas. Para ser la única persona que no hacia como que no existía no iba a ser ella quien lo rechazase.
–Si no vive muy lejos, no me importaría ayudarle.
–Muchas gracias, no todos los días se encuentran jovencitas que te lleven la compra a casa –Lea sonrió y recogió las bolsas del suelo– nunca te había dicho que sonriendo estas más guapa, en lugar de esa cara triste de hace unos momentos. –Dijo el viejo. Entonces Lea se ruborizó un poco y empezó a caminar hacia fuera del supermercado con las bolsas del hombre en la mano.
–Espérame, si todavía no sabes hacia dónde hay que ir.
El hombre se ajusto su sombrero vaquero el cual mecanografiaba en grande, CUBA, y empezó a empujar la silla de ruedas de espaldas impulsándose con la pierna izquierda. Lea entonces pensó que pretendía acomodarse mejor en la dirección en la que debían ir, para impulsarse solo con las manos, pero él siguió en esa posición calle abajo. <>, pero le caía bien.
–Es por aquí –indicó.
La verdad es que iba mucho más rápido de lo que pensaba, asique Lea tuvo que apretar el paso.
–Venga Lea, aun eres joven para estar cansada, tendrías que comer un poco más.
No siguió ningún otro comentario y el silencio se fue estirando cada vez más hasta que llegaron a su casa, no vivía muy lejos, en una casa emparedada entre las demás, pequeña, desapercibida. Hasta que la obligó a hablar haciéndole preguntas.
–Bueno ya hemos llegado, esta es mi humilde morada, –El hombre mayor soltó una risotada– disculpa mi falta de educación, supongo que ahora lo adecuado sería invitarte a pasar y tomar algo en muestra de agradecimiento.
El viejo enderezó la silla para acercarse a la entrada y abrir la puerta.
–Quiere que le ayude –dijo por fin Lea.
–No gracias, con esto puedo yo solo.
–De acuerdo –respondió Lea.
–Lo ves, puedo yo solo, venga pasa, que quieres tomar, ¿un té caliente?
–Sí gracias.
–Ven siéntate por aquí, vamos a dejar la compra en la cocina. Mira, la alacena está ahí, coloca las cosas dulces como puedas, y la leche, embutidos yogures y carne a la nevera, para que no se eche a perder.
Lea un poco sorprendida le fue guardando la compra donde le fue indicando. Cuando terminó de guardar todo, el té ya estaba preparado.
–Ven, vamos al salón ponte cómoda, oh perdona, soy un maleducado tú me has traído y guardado toda la compra y yo siquiera me he presentado. Bueno mi nombre en si no importa, puedes llamarme como me llaman todos aquí, el Viejo.
Lea no dijo nada.
–Bueno, y qué tal te va en el instituto, veo que no eres muy habladora, asique no te debe ir mal, si prescindes de distracciones.
–Yo no, no soy muy estudiosa –respondió Lea.
–Venga sigue, te escucho, al viejo si hay algo que le sobra es tiempo.
Lea calló unos minutos, y empezó a hablar.
–Yo no soy muy estudiosa, antes, cuando era más pequeña solía sacar buenas notas, cosa de los hábitos de estudio que te inculcan tus padres cuando eres pequeño.
–Y ahora, qué pasa, ya no sacas buenas notas, Porqué.
–Mi madre; cuando ella murió, todo empezó a ir mal. Mis amigos se alejaron de mí, y mi padre también se alejó de mí cuando conoció a Alison meses después de que mama nos dejara. –Las palabras se le iban atragantando a medida que el viejo seguía con su interrogatorio.
– ¿Por qué hicieron eso tus amigos? ¿A caso no deberían estar a tu lado en esos momentos tan duros?
–Fue todo por mi culpa, ellos me llamaban para saber cómo estaba, pero me sentía tan mal. Supongo que desde ese momento he estado sola. Ahora ya no hay nadie a quien yo le importe.
–Pero ahora te has mudado, ¿tampoco has encontrado aquí nuevos amigos? Aquí la gente es muy amable y amistosa con todo el mundo.
–Aquí nadie me dirige la palabra se nota que no me quieren cerca. Todos se alejan y hacen como si no existiera, no creo que sea algo que te haya paso inadvertido.
–Entonces qué haces el resto del tiempo.
–Nada.
– ¿Nada?
–Nada, solo me levanto por la mañana para ir a comprar el pan, voy al instituto, donde tampoco hago nada, y cuando vuelvo a casa, sigo estando sola, a veces leo uno de mis libros y miro el horizonte del mar.
–Entiendo, la gente está siendo dura contigo, pero no te preocupes por eso, ya se les pasará, son solo tonterías de la gente, ya verás.
Lea levanto la mirada de la taza en la cual había fijado su atención con la cabeza baja, y miro al Viejo a los ojos. Un sentimiento amargo le recorrió el cuerpo y no puedo contener las lagrimas, no quería que nadie la viera llorar, asique se levanto y apresurada se dirigió hacia la puerta.
–Tengo que irme –dijo con la voz entrecortada.
Demasiado tarde para que el viejo no lo notara, pero este hizo como si no se hubiera dado cuenta.
–Hasta pronto Lea, gracias por ayudarme a traer la compra.
Lea caminó a toda prisa hacia su casa, y cuando llego se dirigió deprisa a su habitación ignorando a Alison.
–Lea, ¿porque has tardado tanto, has traído el pan?
Aún seguía siendo sábado por la mañana, el resto del día discurrió sin cambios. Por la tarde Lea cogió uno de sus ya desgastados libros y se sentó en la mecedora del salón, y empezó a leer, el día se fue nublando lentamente y abrió paso al atardecer acompañado de una negra tormenta. Lea cerró el libro y lo dejó reposar sobre su regazo, corrió la cortina y miró por la ventana como cada tarde, dejándose mecer por el movimiento acompasado de la silla.
Ese día en el supermercado todos se quedaron atónitos frente a la forma de actuar del viejo, siempre tan gruñón y hundido entre sus pinturas, no hablaba con nadie.
Por qué a la chica, es lo que se preguntaban todos. A partir de ese día en lugar de ignorar a Lea, la gente observaba sus movimientos con desconfianza, como intentando descifrar cómo había conseguido calar al viejo.
Llego el sábado como cada semana, y el viejo se dispuso a hacer la compra, se acerco al súper con su forma peculiar de desplazarse, empujando la silla solo con la ayuda de su pierna izquierda. Y se quedó apostado en la entrada de las puertas automáticas, a un costado. Pasada media hora, apareció Lea, doblando la esquina con la cabeza gacha, llevaba puesto sus cascos como casi siempre. Y El viejo intento ser casual, como si no llevase ahí treinta minutos esperándola. Abrió el monedero comprobando cuánto dinero llevaba. Y levantó la mirada hacía Lea estratégicamente cuando ella pasaba distraídamente.
–Lea, que agradable coincidencia, ¿podrías ayudarme a hacer la compra?, hay cosas que están en las góndolas más altas y no llego, siempre tengo que llamar al encargado, pero no me hace mucho caso, y siempre se equivoca de producto. No me vendría mal un poco de ayuda sabes.
Lea que no llevaba los cascos encendidos, escucho lo que el viejo le decía, ella también quería parecer casual y hablar con alguien, que no la mirase mal, eso estaba bien por un rato. Añoraba el contacto con personas agradables.
–Me decía algo… mmm viejo –dijo Lea– es que no he podido escucharle, llevaba los cascos puestos, quiere que le ayude a hacer la compra.
El viejo sonrió.
–Eso estaría bien.
Cuando llegaron a su casa. Los dos ya habían hablado de variopintos temas, y Lea ya había entrado en confianza con el viejo y ya no titubeaba al hablar con él.
–Venga, abre tú la puerta, que seguro que esas bolsas pesan mucho para tenerte ahí esperando a que consiga acertar la cerradura.
Lea le sonrió, y tomó las llaves de su mano. Era la primera vez que lo tocaba, sus manos, estaban arrugadas por la vejez, y eran muy suaves, se veía que no había tenido una vida dura, pero tenía los dedos llenos de padrastros, las uñas cortas y un callo en el dedo media de la mano derecha, con la que le había alcanzado las llaves.
–Qué pasa Lea –dijo el viejo.
–Nada, nada.
El viejo se dio cuenta de que Lea se había percatado del aspecto sus manos.
– ¿Un té Lea?
–Sí, gracias.
–Ya sabes donde están las cosas, puedes hacerlo tú misma.
–Claro.
Entraron en la casa del viejo, y Lea advirtió los cuadros colgados en las paredes, pintados meticulosamente. La vez anterior no los había visto, porque aún estaba dentro de su extraño trance. Lea se entretuvo mirando cada detalle de las pinturas.
–Te gustan.
–Aja, son muy bonitos, –Lea miro sus manos otra vez y comprendió– los has pintado tú, ¿verdad?
–Muy observadora, efectivamente, los he pintado yo.
–Sus cuadros, tienen algo especial, transmiten la belleza de la realidad, habrá tenido que viajar mucho para pintar esos paisajes.
–Sí, es cierto, hubo una etapa de mi vida en la que me limite a viajar para poder pintar maravillas como las que observas.
–Vaya, debió ser impresionante.
Las semanas iban pasando, y Lea cada sábado ayudaba al viejo con la compra, y acudía a su casa a desayunar y escuchar las historias de los diferentes viajes de su vida.
–Ese sombrero, es de verdad de Cuba, ¿verdad?
–Pues sí, pero, no he tenido la suerte de haber visitado Cuba, me lo regaló un buen amigo, que conocí en Florida.
Y así fue descubriendo esa etapa escondida del viejo de la que nadie sabía. Era curioso como el viejo confiaba plenamente en Lea para compartir con ella esa parte de él, la cual no había compartido con nadie. El viejo aparte de ser un gran pintor, tenía un sexto sentido para catalogar a las personas, quizás por eso siempre había sido tan huraño con toda esa gente que solo sabía hablar de los demás, al no tener nada más interesante que hacer. Esa era la forma de abandonar el tedio del día a día en ese pueblo, meterse con los problemas de los demás. Y eligió a Lea de entre todos ellos para ser su amiga. Quizás esa gentuza no lo entendía, pero al viejo no le importaba.
–Que hablen, eso es lo único que saben hacer –solía decir cuando cuchicheaban sobre la peculiar pareja. Y Lea que lo único que tenía que perder era al viejo, era de la misma opinión.
Lea ya no se sentía tan sola, y no le importaba que nadie la quisiera en el instituto y en el resto del pueblo, ahí estaba su amigo siempre, cada sábado esperándola para hacer la compra. Solo pensaba de vez en cuando en su madre, pero no tenía mucho sentido, ella se quedó en el cementerio de New York, junto con el resto de su vida.