martes, 2 de junio de 2009

halo - beyonce







esta canción es genial

lunes, 1 de junio de 2009

Capítulo 1

Lea bajó del coche y dio un portazo. Arthur su padre, reprimió una expresión de disgusto, y Alison era ajena a algo que parecía ser un problema, como si eso fuera lo menos importante.
– ¿Esta es la chabola en la que vamos a vivir a partir de ahora? Lo digo porque lo mismo debería pasar primero por el hospital a que me pongan la antitetánica. –Dijo Lea.
– No digas eso, no hace falta ser tan despectiva, se ve que fue una bonita casa, solo necesita un poquito de restauración, quizás una manito de pintura…
–Vaya, sí es cierto que esta casa ha tenido mejores momentos, quizás debamos hacer más reparaciones de las que pensaba –objetó Alison.
–De las que pensaba… ni que las arañas patilargas pensasen, creía que eso se les reservaba a especies con masa cerebral. –Pensó Lea en voz alta mientras caminaba ente los pastos altos que rodeaban la gran casa.
Arthur empezó a sacar las cosas del maletero, Alison que había escuchado el comentario, frunció el ceño con desaprobación.
Lea era una chica delgada, con una figura estirada, tenía el pelo largo y castaño, y se le rizaban las puntas. Ojos color café que armonizaban con unas facciones delgadas. Pero era una chica aventurera, algo que no contrastaba bien con el aspecto frágil que le conferían sus flacas piernas.
Arthur su padre se parecía a su hija, pero este no era tan delgado como Lea, más bien lucia una no muy pronunciada, llamada curva de la felicidad. Era un hombre normal, de aspecto bonachón, lo que le hacía justicia. Quizás por eso Lea también pensaba que Alison estaba ahí para aprovecharse de ellos. Visto lo visto, hasta el momento, había conseguido prometerse y mudarlos a un lugar perdido en Massachusetts.
Alison parecía el tipo de mujer que le gusta ostentar, en pocas palabras, una “diosa” mediocre. Era rubia, de un amarillento artificial, por el contrario, llevaba las cejas oscuras y su bello corporal era bastante oscuro. Levaba prendas como americanas color chicle, o zapatos blancos de charol. Lea pensaba que solo su aspecto incitaba a la desconfianza, y le atribuía ciertas características de las garrapatas; parecía una camarera de gasolinera.
Era ya media tarde y el sol no quemaba como antes, Arthur seguía sacando maletas, pero le estaba costando bastante esfuerzo, estaban todas encajadas como un puzle y tenía que hacer fuerza para bajarlas del maletero.
“Por qué no habrá guardado sus cosas en el camión de la mudanza” pensó Arthur.

–Papá, sé lo que estás pensando, lo que ocurre, es que no guardó las cosas hasta el último momento, y el camión ya había cerrado las puertas, tenía que partir para llegar a tiempo.
–Lo que pasa es que no me cabía bien, y no podía cerrarlas, además, no iba a poner mis pertenencias ahí, ¿y si nos estafan y se quedan con todo? No me voy a arriesgar a que me lo roben todo, como comprenderás. –Argumentó Alison.
–Alison tiene razón papá, ¿y si nos roban todo? Así los únicos que tendrían que quedarse sin nada somos nosotros; no sé cómo me atrevo ni a pensarlo, la verdad es que somos un poco ingenuos.
–Bueno basta ya, no más sarcasmos y ven a ayudarme Lea –dijo Arthur exasperándose, entre las maletas que no querían salir, Alison que estaba parada en una baldosa mirándose las uñas, y Lea que había cobrado el papel de una amazona, en ese río de malas hiervas.
–Lo siento, pero no voy a ayudarte a descargar sus maletas, a ver si pasa algo y afortunadamente es culpa mía –dijo Lea.
– ¿Alison…? –dijo esperanzado Arthur.
–Te ayudaría, pero yo no sirvo para estas cosas cariño de verdad, solo entorpecería tu esfuerzo.
–¡Bah! –dijo Lea y se fue hacia la entrada de la casa, puso la mano en el picaporte para abrirla y recorrer el caserón.
–Está cerrado, las llaves las tiene Alison –dijo Arthur.
Lea volvió sobre sus pasos y se acercó a Alison.
– ¿Me las das, por favor? –dijo Lea con una sonrisa perfecta y extendió la mano hacia ella.
–Lo ves, con educación es más fácil conseguir las cosas –respondió Alison, y metió la mano en su bolso color frambuesa, removió el contenido unos segundos interminables y la final le dio el llavero. Tenía una fresa de goma colgando, y una llave oxidada.
–Gracias –le respondió Lea, le dedicó una sonrisa bravucona y se dio la vuelta para volver a intentar abrir la puerta.
Metió la llave en la cerradura, e intentó girarla hacia la izquierda, pero no abría.
– ¡Oh!, se me había olvidado, tira hacia dentro, y gira la llave hacia la derecha. –Dijo Alison.
–Pues sí que es antigua la casita eh...
Lea le hizo caso a regañadientes y entró en el salón. Era bastante amplio, conservaba los muebles antiguos enfundados en sábanas blancas. El suelo crujía bajo sus pies mientras recorría la estancia. Apoyó la mano sobre la barandilla de la escalera y tanteó el primer escalón. Lo cierto es que dudaba de la seguridad de la estructura. Se miró la mano y la tenía llena de tierra, pero subió para seguir con su exploración. Arriba había tres habitaciones amplias, una al llegar a la escalera a la derecha y las otras dos a la izquierda; siguiendo el pasillo marcado por la barandilla que daba al piso de abajo. Todo tenia cierto aspecto... precario, quizás un poco ¿siniestro? ¿Era esa la palabra? Estaba todo bastante oscuro, solo daba una ventana a la llegada de escalera, y no dejaba pasar la luz por la suciedad, a pesar de marcar las 12 pasadas en el reloj de su mano. Intentar limpiarla habría sido inútil, años de porquería se aferraban con fuerza a los cristales de toda la casa.
Empezó a visitar las diferentes estancias por la primera habitación. Abrió la puerta, que cedió con la suave presión de su mano. Las bisagras rechinaron acusando la falta de lubricación. Entro en la habitación y comenzó a explorarla con la mirada. En el centro había una cama individual, con una deslucida colcha floreada, los bolados rozaban el suelo, y hondeaban con la corriente de aire que se formaba con la ventana que estaba encima del cabezal de la cama. Había también un tocador muy antiguo, cubierto por el polvo. En esta habitación los muebles no estaban cubiertos por blancas sábanas. Y un gran armario cubría la pared de la izquierda. Lea sintió curiosidad, e intentó abrirlo, pero estaba cerrado con llave. Giró sobre sus talones para ver si encontraba la llave, miró rápidamente hacia todos lados, y entonces vio una chica de su edad reflejada en el espejo que acababa de descubrir colgado junto a la puerta. No fue consciente hasta pasados unos segundos y entonces se volvió a mirarlo con detenimiento. Solo estaba su reflejo, y l habitación de fondo. Todo había sido su imaginación, solo estaba ella allí, ella y su momentáneo temor. Lea se sentía un poco confundida, por un momento había sido todo tan real. ≪Esto es absurdo≫ pensó Lea, y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Y con el portazo impulsado por la correntada de aire cayeron montones de tierra del marco de la puerta. Un escalofrió le recorrió la espalda, pero decidió ignorarlo, y le dio un vistazo rápido al resto de la casa.
Siguiendo el pasillo, estaba el baño, poco iluminado también una bañera con una cortina raída y un espejo oxidado encima del lavabo. En la habitación contigua, había una cama matrimonial, también con un estampado floral y un armario como el de la otra habitación. Salió al pasillo y se dispuso a ver la última habitación, la del final. Entonces apareció Alison.
–Lea, deja esa habitación, no la vamos a utilizar, que ha llegado el camión de la mudanza. Lea soltó el picaporte y le hizo caso.
En la entrada de la casa había un gran camión forrado en publicidad, aparcado. Un hombre gordinflón y con vestigios de abandono, lucía una barba descuidad, y aureolas de sudor seco se dibujaban en el contorno del cuello y axilas.
– ¿Necesita que le corra el coche?... bueno veo que no, eh ¿los ayudo? –dijo Arthur.
–Sí, claro, este chiquitín no se descarga solo –dijo el camionero golpeando el lateral del camión, como si de una mascota se tratase. –Joe ven a echar una mano por aquí, no seas haragán.
Un chico de unos veintipico se bajo del otro lado del camión y empezó a descargar cosas, sin dirigirse siquiera a sus contratistas. EL otro, los miro y chocó sus manos y las frotó las unas con las otras.
–Bueno… ¿Dónde ponemos las cosas? –dijo este, Joe ya estaba bajando cajas de ropa. Entonces Alison apurada se adelanto y tomó la voz cantante.
–Eh eso es ropa ¿no?
–No sé señora, eso es lo que pone la caja.
–Esa es mi ropa –dijo Lea.
–Ponedla en la primera habitación de arriba a la izquierda.
Entonces a Lea la asaltó un sentimiento opresivo.
– ¿En la del al lado de las escaleras?, ¿por qué? ¿No puedo ocupar la otra, la del fondo?
–NO. Quiero decir, esa esta mejor situada, y está habitable, la otra, está… llena de cosas viejas, habría que cambiar todo de lugar, además esa es más grande, la del fondo es más pequeña. ¿Qué tiene de malo esa?
–Oh, nada, solo pensé que la otra tendría mejores vistas, ya que da a la entrada de la casa, y así podría ver el mar.
–Bueno señora, no tenemos todo el día, que hay muchas cosas por bajar. –Dijo el tipejo impacientemente.

El resto del día transcurrió tan tedioso como el propio viaje, insustancial. Era viernes por la tarde así que hasta el lunes no conocería a sus compañeros de clase, tampoco importaba, no sería distinto del instituto al que iba antes. En realidad, quejarse había sido solo por llamar la atención, no dejaba nada atrás realmente importante, solo su madre, asique no volvió a repetirse la disputa por el cambio; bueno casi.
Todo el fin de semana tampoco fue de relevancia, la habitación no era tan horrible, limpió los cristales y las contraventanas, cambió la colcha y repasó los muebles; pensó al terminar de limpiar. Desempaquetar cajas se convirtió en la rutina de esa semana. El armario no estaba realmente cerrado, la llave estaba encima del tocador, una llave antigua, con una trama trabajada. El susto del otro día ya había pasado, resolvió que el cansancio le había jugado una mala pasada, para qué seguir dándole vueltas a algo imposible.
El primer día en el instituto, fue, raro. Todos la miraban, algunos con curiosidad, otros con indiferencia, no le estaba costando conseguir la misma reputación que había tenido hasta ahora. En la clase, la sentaron con una chica rubita, con rizos perfectos, nariz respingona, quién prefería mirar al frente que hacia su lado. Su política de los últimos días, para qué pensar en ello, si no llevaba a ninguna parte. Los profesores la presentaron en clase, como la chica que ahora vivía en la vieja casa al final del pueblo, no muy lejos del mar. Eso pareció ser la sentencia.